Nunca una actividad tan serena y relajada supuso una transformación tan grande para nuestras vidas. Ha traspasado siglos y fronteras y une a los hombres y a las mujeres en un mismo fin: la búsqueda de su propio bienestar. La contemplación puede tener muchos significados y connotaciones. Algunos la definirán como prestar atención con tranquilidad a todo lo que nos rodea. Otros dirán que es una reflexión profunda, una búsqueda de conocimiento. Quienes quieran darle un sentido religioso o espiritual asegurarán que es un acercamiento hacia la divinidad o la fe.
Todas estas definiciones tienen un punto común: la contemplación es una observación profunda, que sirve para calmar y hacer crecer nuestra alma y nuestra mente. Es el camino sigiloso al que cantaba Fray Luis de León: “Qué descansada vida / la que huye del mundanal ruido, / y sigue la escondida / senda, por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido…”
La contemplación abarca todas las formas de meditación y yoga, algunas prácticas de recitación o respiración y, por supuesto, también la oración; desde el moderno “mindfulness” hasta el ancestral cántico de las tribus prehistóricas.
En busca de la serenidad
Hace más de 2.500 años en la antigua Grecia, ya Platón defendía que solo con la contemplación se ascendía a conocimientos divinos. No hay ninguna religión que no haya basado su fe en el autoconocimiento del individuo.
En el Judaísmo hay referencias constantes a prácticas de introspección. En el Cristianismo se asocia a ese estado de consciencia donde se logra la unión con Dios. El mismo Mahoma, como defiende el Islam, subía al Monte Hira a contemplar la vida y su significado. Los Budistas tienen incluso una palabra para definir el estado de conciencia meditativa: Samadhi. Incluso nos podemos remontar a los chamanes de las tribus más antiguas y encontraremos diversas prácticas de contemplación.
Pero no sólo es la búsqueda de la divinidad: los poetas con sus musas, los científicos y sus eurekas, los místicos y su éxtasis… No se logra avanzar sin estos momentos de reflexión y calma.
La contemplación es tan antigua como la misma humanidad. Es la forma que ha tenido el hombre de conocer realidades transcendentes de forma directa. Para ello, ha tenido que interrumpir sus quehaceres y sosegar su mente.
Las prácticas contemplativas
No hay una práctica contemplativa mejor que otra. Son todos caminos válidos y algunos se adaptarán mejor que otros a tus circunstancias personales. Todas estas disciplinas tienen el mismo fin: el autoconocimiento y la autotransformación del individuo. Para ello, tendrás que ejercitar formas de calmar la mente, de alejarte de las distracciones de la vida cotidiana.
Podemos dividir las prácticas contemplativas en dos grandes grupos: prácticas de quietud y prácticas generativas.
Las prácticas de quietud se centran en aquietar cuerpo y mente, para desarrollar la calma y la concentración. Encontramos un amplio abanico de entrenamientos mentales, el mindfulness (que nos conecta con el aquí y el ahora) o la denominada meditación de bondad amorosa (que se enfoca en incrementar los sentimientos de compasión y empatía hacia los demás). Por su parte, en las prácticas generativas o constructivas, además de observar nuestros pensamientos, queremos transformarlos.
La contemplación no implica simplemente actividades de relajación. Hay distintas disciplinas físicas, como el yoga o el tai chi, que también tienen un componente de meditación. Tampoco implica estar en soledad. Algunas prácticas se pueden desarrollar en grupo, como los rezos o los retiros.
Los beneficios de la vida contemplativa
El estrés y la ansiedad son enfermedades más comunes de lo que pensamos y, en la mayoría de los casos, están sin diagnosticar. En España se calcula que hay 2,5 millones de personas que consumen psicofármacos directamente. Somos los líderes de la ingesta de ansiolíticos de toda Europa (son datos del Ministerio de Sanidad de 2020; antes de la pandemia, por lo que estos números pueden haberse disparado). Quizás ha llegado el momento de tomarse la vida de una forma “más contemplativa”. La ciencia ha comprobado los beneficios de las prácticas meditativas. Los beneficios psicológicos son múltiples, pero también los fisiológicos.
- Meditar reduce la disnea o dificultad respiratoria, alivia las cefaleas, ayuda a controlar la hipertensión y mejora la función cardiopulmonar.
- Las personas que sufren dolores crónicos pueden encontrar cierto efecto analgésico.
- Controla los impulsos, como el de comer compulsivamente, por lo que nos puede ayudar a adelgazar.
- Las prácticas contemplativas blindan el cerebro del deterioro cognitivo y mejoran la agilidad mental (somos más productivos después de un rato de meditación).
- Reduce el estrés, combate el insomnio, incluso fortalece el sistema inmunológico y, por tanto, nos protege de enfermedades.
Y no solo tiene beneficios individuales. En el estado de calma centrada se generan sentimientos de empatía hacia los otros. Se logra mayores habilidades de comunicación. Hay quien consigue “desbloquear” su mente y aumentar su creatividad. La contemplación también persigue un enfoque amable y compasivo con la vida y con los demás.