Amanece antes. Anochece más tarde. Apenas hay debate sobre la necesidad y pertinencia de adoptar el horario de invierno o el de verano. La tierra no tiene horarios.
El mundo rural tienen sus propios husos horarios. Sus rutinas. Y, en este sentido, la labor de la mujer en la historia rural tiene una dimensión especial. Por ello, el 15 de octubre de 2007 la ONU estableció el Día Internacional de las Mujeres Rurales para reconocer “la función y contribución decisivas de la mujer rural, incluida la mujer indígena, en la promoción del desarrollo agrícola y rural, la mejora de la seguridad alimentaria y la erradicación de la pobreza rural”.
La ONU precisa que las mujeres rurales representan más de un tercio de la población mundial, así como el 43% de la mano de obra agrícola. Según los informes publicados por el Eurostat, las mujeres constituyen el 35% de la fuerza productiva en el sector agropecuario en el conjunto de la Unión Europea. Por otro lado, dentro del entorno rural nacional, las mujeres son un valor fundamental para mantener el desarrollo sostenible del medio: suponen el 49,15% de la población y contribuyen de forma decisiva a mantener la sociedad rural dentro del territorio.
Más allá de los datos
El papel de la mujer en el entorno rural rebasa las fronteras estadísticas. Las cifras - frías - sirven como contexto y marco conceptual de una realidad que, en gran medida, sigue vigente gracias un trabajo muchas veces invisible: la salvaguarda de los bienes productivos y culturales del entorno rural. La tierra vive, y sobrevive, gracias a la labor diaria de muchas mujeres en la gestión de los recursos y la toma de decisiones relevantes en favor del bienestar de las familias y comunidades. Su aportación en el contexto político y económico es decisivo para mantener la calidad de los distintos servicios públicos e infraestructuras sociales.
Sin embargo, desde ONU Mujeres alertan de un hecho que, si bien es cada vez más reconocible en el territorio urbano, resulta algo más desconocido en el ámbito rural: las mujeres siguen sufriendo de forma “desproporcionada” los efectos negativos de la pobreza, así como las consecuencias de la despoblación rural. Y no sólo eso: la desigualdad frente al sector rural masculino es mucho más pronunciada que la observada en las urbes, de forma que las mujeres rurales siguen padeciendo grandes dificultades para equiparar, respecto a los hombres, su acceso a la propiedad agrícola, materiales de trabajo o créditos financieros, entre otros bienes y servicios. Además, y pese a que la contribución femenina en el ámbito comunal es ampliamente relevante y determinante, siguen sin disfrutar de un acceso equitativo a servicios públicos tales como la educación o la asistencia sanitaria, e infraestructuras básicas como el agua y el saneamiento.
El sudor invisible
La mirada internacional de organismos como la ONU insiste en que “las barreras estructurales y las normas sociales discriminatorias continúan limitando el poder de las mujeres rurales en la participación política dentro de sus comunidades y hogares. Su labor es invisible y no remunerada, a pesar de que las tareas aumentan y se endurecen debido a la migración de los hombres”. Una conclusión que pone de manifiesto la importante brecha que aún existe en nuestro país en las condiciones laborales, políticas y sociales entre hombres y mujeres en el entorno rural.
Un hecho que, además, se agrava con el proceso de éxodo rural que viene desarrollándose desde finales del siglo XX. Las migraciones hacia zonas urbanizadas con mayores y mejores condiciones sociales y laborales son predominantes femeninas en nuestro país. Una situación que, en un contexto global, encierra una peligrosa tendencia hacia la posible precarización -aún mayor- de las mujeres rurales que permanecen en estos núcleos poblacionales.
“Riesgo de exclusión” sería, por tanto, un calificativo que se queda corto para definir la situación de las mujeres rurales en el mundo globalizado actual. De hecho, con los antecedentes contextuales expuestos, no resulta arriesgado afirmar que no poner el foco sobre ellas implica, además, abocar una gran cantidad de territorio y estructura rural a la desaparición: el 90% de nuestro territorio nacional es rural. Parece que tiene mucha lógica cuidarlo. Es cierto que la tierra no tiene horarios, pero parece que es la hora de entender el papel de la mujer rural en el desarrollo presente y futuro de nuestro territorio.